EVOLUCIÓN DEL CLERO CANARIO DESDE 1800 HASTA LA ACTUALIDAD

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EL SIGLO XIX ÉPOCA INESTABLE POLÍTICA Y RELIGIOSAMENTE

El siglo XIX ha sido una de las épocas más inestables de la historia eclesial española, en donde la Iglesia, al igual que la sociedad civil, ha sufrido una serie de convulsiones de todo tipo, que iremos analizando en su contexto social, político y religioso.

El siglo se inicia con la invasión napoleónica del territorio español (1808), buscando implantar en España una nueva dinastía, cuyo fundador sería José Bonaparte y que buscaba que el pueblo español asumiera la nueva visión política que había surgido de la Revolución Francesa y que se resumía en la clásica expresión de “igualdad, libertad y fraternidad” y que fue apoyada por una minoría ilustrada que recibían el apelativo de “afrancesados”.

Pero el pueblo español no aceptó tal intromisión y se rebeló ante el ejército mejor organizado de la época y dirigido por el genio militar de Napoleón Bonaparte que había ocupado gran parte de Europa. Este levantamiento del pueblo español contra el ejército francés en 1808 dio inicio a la Guerra de Independencia contra el invasor francés y el pueblo luchaba por su religión, su rey y su patria y su manera de ver la vida estaba muy alejada de la minoría ilustrada “afrancesada”.

Aunque una parte de la Iglesia, principalmente en sus equipos dirigentes, participaba de esta élite ilustrada, la mayor parte de los curas y frailes hicieron causa común con el pueblo y participaron activamente en el conflicto, incluso como guerrilleros, y el resto en sus predicaciones animaba al pueblo a participar en los enfrentamientos contra el invasor. Este mensaje caló profundamente en el alma popular y esta guerra era considerada como una guerra justa, como una verdadera cruzada contra un enemigo que buscaba la ruina de la religión, de la sociedad y del rey.

El Gobierno de José Bonaparte fue siempre bastante inestable y se apoyaba en esa élite ilustrada que había bebido en el último tercio del siglo XVIII la doctrina de “regalismo”, que buscaba un control de la Iglesia por parte del poder político y que se concretaba en determinadas medidas como: la abolición de la Inquisición, la disminución de los conventos a una tercera parte y la no admisión de nuevos novicios.

Le legislación de José Bonaparte con relación a la Iglesia en tierras españolas responde a las tendencias regalistas, alimentadas de fuentes galicanas, episcopalianas y jansenistas (1).

Los acontecimientos guerreros llevaron a los franceses a convertir a muchos conventos en hospitales y cuarteles, que sufrieron en muchos casos deterioros importantes y expolio de obras artísticas. Aunque Canarias no había sufrido en su suelo los horrores del conflicto bélico, si participó en el enfrentamiento a través de las compañías de militares y voluntarios que se trasladaron a la Península a luchar contra el invasor.

Las ideas de los afrancesados también había calado en algunas minorías ilustradas de Canarias, de manera especial, en grupos destacados del clero entre los que podemos citar al deán de la Catedral Jerónimo de Roo, gran impulsor de la ampliación del edificio catedralicio y de otras curiosas iniciativas, dirigido en el aspecto técnico por Diego Nicolás Eduardo, con la colaboración del artista grancanario José Luján Pérez.

Pero el personaje más significativo de esta época es, sin lugar a dudas, José de Viera y Clavijo, arcediano de Fuerteventura en el cabildo catedral, que fue un verdadero intelectual que destacó en temas teológicos, literarios, históricos y científicos y cuyo prestigio llega hasta nuestros días. Todos estos personajes fueron apoyados por varios obispos ilustrados como Tavira  o el canario Manuel Verdugo, impulsor de mejoras de todo tipo.

Las Cortes de Cádiz de 1812 van a tener una gran importancia en la historia de España, ya que van a elaborar la primera Constitución española y donde los temas eclesiales van a tener un gran protagonismo y relevante la presencia de muchos eclesiásticos. Hay que tener en cuenta que de los cuatro representantes de Canarias tres eran eclesiásticos como: el grancanario José Gordillo, el tinerfeño Santiago Key y el gomero Ruíz de Padrón que, por su gran preparación, tuvieron una destacada actuación, principalmente en los temas que afectaban a Canarias.

Muchas de las decisiones que se tomaron en dichas Cortes afectaron a la Iglesia en España, pues las reformas que preconizaban van a tener una gran repercusión en los privilegios y propiedades de la Iglesia y son un fiel reflejo de la mentalidad del regalismo  español que predominó en gran parte del siglo XVIII con los borbones.

De las medidas tomadas podemos destacar algunas que tuvieron importancia e influencia en la vida eclesial como:

  1. La supresión del Santo Oficio.
  2. La reforma de la vida conventual.
  3. La primera desamortización.

La supresión del Santo Oficio fue bien acogido por el clero ilustrado canario con el obispo Manuel Verdugo a la cabeza, que consideraba con razón su incoherencia con el espíritu cristiano. Por su parte, la reforma de la vida conventual recogía unas reformas de los regulares, deseadas desde hace tiempo y exigidas por las circunstancias actuales.

La participación de los diputados puso de relieve dos corrientes ideológicas: el liberalismo y el absolutismo, que van a tener serios enfrentamientos en el futuro inmediato.

(1) REVUELTA GONZÁLEZ, Manuel. La Iglesia española ante la crisis de Antiguo Régimen (1808-1813). Obra dirigida por García Villoslada, Ricardo del Tomo V de la Historia de la Iglesia en España de la B.A.C. Madrid 1979

PRIMERA RESTAURACIÓN ABSOLUTISTA (1814-1820)

España había vencido al invasor francés, pero había quedado maltrecha por una cruel guerra, que tan bien expresó el genio de Goya con su serie de grabados “Los desastres de la guerra” que habían exacerbado el odio y la violencia. La Iglesia había sufrido profundas heridas humanas y materiales ya que se habían vaciado los seminarios y despoblados los claustros con la destrucción de templos y la expoliación de sus bienes.

La llegada al poder de Fernando VII fue recibida con alivio y alegría, pero su espíritu absolutista fue, poco a poco, apartando a una parte de la población, creándose las “dos Españas”. Se restableció una nueva alianza entre el Trono y el Altar, ordenando el rey en 1814 la devolución a los “regulares” de todos los conventos con sus propiedades y “cuanto les corresponda”. También se restableció la Compañía de Jesús y volvió a funcionar el Santo Oficio, que se dedicó en estos años a perseguir a las sociedades secretas, que se habían convertido en el refugio de los acosados liberales.

Durante este periodo tuvo lugar la creación en 1819 de la nueva diócesis de San Cristóbal de La Laguna para atender las cuatro islas occidentales, gracias a los buenos oficios ante el rey de su confesor el sacerdote lagunero Cristóbal Bencomo. El primer obispo de la nueva diócesis fue don Luis Folgueras Sión, elegido 6 años más tarde por la situación política y que tuvo que enfrentarse a los problemas propios de una diócesis nueva y a las diferencias ideológicas de aquel momento político. Las dos diócesis canarias permanecieron en sede vacante pues había fallecido don Manuel Verdugo de la diócesis de Canarias. Todas estas circunstancias crearon un vacío que fue muy  perjudicial para el desarrollo espiritual de ambas diócesis.

TRIENIO CONSTITUCIONAL (1820-1823)

La presión social de los liberales obligaron al rey a aceptar la constitución de Cádiz que él había marginado y se organizó un nuevo gobierno que parte del pueblo y de la propia Iglesia recibió entre el temor y la esperanza.

Pronto comenzaron a surgir reformas sobre la Iglesia que crearon inquietudes, como la supresión de la Compañía de Jesús en 1820 o la eliminación de los conventos que no tuvieran al menos 12 religiosos si eran los únicos del pueblo o los que no llegaban a 24 si había más de uno. El decreto de 1820 reguló la desamortización de los bienes de los conventos. También se controlaba el número de beneficios eclesiásticos y se suprimieron las capellanías sin curas de almas y las ordenaciones a título de beneficio (1821). A partir de 1822 se implantaron medidas represivas contra el clero y se prohibieron las ordenaciones sacerdotales hasta que se hiciera el plan del clero.

Todas estas reformas crearon una honda crisis religiosa y en el seno de la sociedad española, donde el gobierno expulsó de sus diócesis a los obispos contrarios a las reformas, creando situaciones penosas en muchas diócesis.

El pueblo campesino se sintió defraudado por el despilfarro de la desamortización y por la opresión fiscal que sufrían con la nueva contribución. Esta situación se hizo insoportable y fue el fermento de revueltas contra el liberalismo que fue apoyado por soldados de varios países, los llamados 100.000 hijos de San Luís, aportados por varios gobiernos extranjeros de tendencia absolutista y derribaron el edificio de la España Constitucional con la capitulación del gobierno liberal y la libertad de Fernando VII en septiembre de 1823.

DÉCADA REALISTA 1823-33

La década realista anuló todas las medidas del gobierno anterior, estableciendo nuevamente el diezmo y suprimiendo las medidas contra los regulares, tomando una actitud intolerante en relación con los colaboradores de los liberales, tanto dentro como fuera de la Iglesia.

La derogación de la Ley Sálica, que impedía el gobierno de las mujeres por la Pragmática que lo permitía el 31 de marzo de 1830, agudizó la polarización de los bloques políticos: el liberalismo insurrecto y el realismo exaltado,

La regencia de María Cristina durante la enfermedad del rey, concede una amplia amnistía que permite el retorno de los exiliados (octubre de 1832) entre los cuales podemos contar al doctoral de la Catedral de Canarias Graciliano Afonso Naranjo, que se había exiliado en América huyendo de la represión del rey.

La sucesión de Isabel II fue aceptada por los obispos y el clero como acto de acatamiento a los deseos del rey, al que se sentían obligados por el apoyo que habían recibido, a pesar del estilo regalista característico del despotismo ilustrado.

La tendencia pastoral de la Iglesia se centra más en la actividad sacerdotal sin buscar el apoyo de los poderes públicos y del partidismo político, ante la corrupción que se iba percibiendo en las costumbres.

En la cultura católica  se va percibiendo una decadencia y se nota mucha ignorancia en el clero rural. La única figura a destacar en la Iglesia española es la de Balmes.

REINADO DE ISABEL II (1833-68)

Hasta su mayoría de edad, el reino fue llevado por su madre María Cristina que llevó la regencia hasta 1840, que permitió la llamada “carrera breve” para el clero rural, que consistía en un año de filosofía y dos de teología. En este periodo, durante el gobierno de Mendizábal tuvo lugar un hecho de gran trascendencia para la Iglesia en España y éste fue la desamortización y posterior exclaustración de los religiosos.

Los bienes eclesiásticos, procedentes de diversas donaciones, habían llegado a formar grandes haciendas que sirvieron de sólida base económica del estamento clerical. Con la desamortización se pretendía mejorar la Hacienda Pública en desastrosa situación y mejorar la economía de la masa campesina. Pero, en la práctica, fue ejecutada muy mal, convirtiéndose en una dilapidación de bienes sin provecho para el Estado, y en lugar de una verdadera reforma agraria se convirtió en una transferencia de bienes de la Iglesia a las clases económicamente más poderosas y haciendo más mísera la situación de los campesinos afectados.

A la desamortización siguió la exclaustración, ya que con el decreto de 8 de agosto de 1836 fueron suprimidos todos los monasterios, conventos, congregaciones y casas de comunidad. Su número ascendía a más de 30.000 personas, con lo que la Iglesia perdió su vanguardia de evangelizadores, predicadores y educadores populares. (2)

Se ordenó a los obispos que dieran preferencia para los curatos a los exclaustrados, ya que su manutención constituía una pesada carga para el Estado. Según los datos que  se disponen, unos 7.000 exclaustrados encontraron colocación en cargos diocesanos o parroquiales.

En la diócesis de Canarias fueron exclaustrados entre sacerdotes y legos 92 personas de los tres conventos situados en Las Palmas  de G.C. (Santo Domingo, San Francisco y San Agustín) y el de los franciscanos de Telde. Se perjudicó gravemente la labor que realizaban estas órdenes religiosas, principalmente en el campo educativo, y cargaron sobre los obispos la atención económica de muchos exclaustrados que arrastraban una penosa situación. En este conflicto podemos destacar la actitud del obispo de Canarias Judas Romo que publicó una obra sobre la “Independencia  constante de la Iglesia hispana y necesidad de un nuevo concordato” que provocó una fuerte polémica y su destierro a Sevilla.

Podemos afirmar, en su conjunto, que la desamortización fue un latrocinio injusto, desastroso en lo artístico y cultural y casi ineficaz desde el punto de vista económico por la forma en que se subastaron las tierras desamortizadas que fueron a manos de los poderosos, que eran los únicos que podían participar en las subastas organizadas por el Gobierno.

La cultura de la Ilustración desapareció progresivamente al  replegarse el clero por los ataques sufridos y su mentalidad fue variando y se hizo hostil al Liberalismo, al que consideraba materialista y contrario a los valores espirituales.

(2) Callahan, William. La Iglesia Católica en España (1875-2002).

SITUACIÓN DE LA IGLESIA CANARIA A LA LLEGADA DEL OBISPO CODINA

Los conflictos políticos, los desencuentros con la Santa Sede, los largos periodos de sede vacante, la exclaustración de los religiosos y la situación económica entre otras realidades, había llevado a la diócesis a una situación calamitosa de las que podemos destacar las siguientes:

  • Grave crisis económica.
  • Abandono espiritual y religioso.
  • Abandono del Seminario y del clero.
  • Incorporación de los exclaustrados.
  • Miseria económica del clero.

Años de sequía habían llevado a momentos de hambruna (1847) y a situaciones de miseria y la emigración a tierras americanas como solución desesperada.

La falta de atención espiritual había llevado al pueblo al abandono de la vida religiosa, al aumento de la superstición,  favorecida por las altas tasas de analfabetismo, y al descenso de la moralidad (en algún periodo se llegó casi a un tercio de hijos naturales).

El abandono del Seminario por falta de personal cualificado y de atención episcopal (varios periodos de sede vacante o el destierro del obispo Romo) llevaron a una situación penosa del Seminario y a un descenso del clero tanto en su cualificación intelectual como espiritual.

La exclaustración de los religiosos creó problemas de adaptación en la diócesis, obligando a los obispos a una solución ardua e ingrata, según los estudiosos de la época. El incumplimiento de las aportaciones económicas del Gobierno hacia el clero llevó a éste a una situación de verdadera miseria económica como afirma el obispo Codina en sus peticiones al Gobierno.

El obispo Codina trajo al Padre Claret para misionar la diócesis, principalmente la isla de Gran Canaria (1848-49), lo cual realizó con gran eficacia, dando un vuelco a la religiosidad de los canarios y el inicio de una vitalidad religiosa que va a ser decisiva en la vida diocesana.

CONCORDATO DE 1851

El concordato entre el gobierno de España y la Santa Sede se firmó el 16 de marzo de 1851, durante la jefatura del moderado Bravo Murillo, donde quedó afirmada la unidad católica en el capítulo primero y esto trajo como consecuencia que la enseñanza católica debería impartirse en todas las universidades, colegios, seminarios y escuelas de cualquier clase bajo la vigilancia de los obispos.

Se estableció una nueva circunscripción de las diócesis con la suspensión de algunas de ellas, afectando a la de Tenerife, que fue incorporada a la de Canarias con sede en  Las Palmas de G.C. Fueron reestructurados los cabildos  catedralicios bajo la presidencia del deán y se reguló la provisión de curatos.

Se reconoció el derecho de adquirir a la Iglesia propiedades y el reconocimiento de la desamortización como un hecho irreversible y consumado.

Se renovó el patronato regio que permitía la intervención directa de la Corona en el nombramiento de obispos y en la provisión de canonjías y parroquias. El Estado garantizó una aportación económica que salvara el libre ejercicio de la jurisdicción eclesiástica.

La puesta en práctica de las disposiciones del Concordato se hicieron progresivamente, como las disposiciones relativas a la enseñanza de los seminarios conciliares y fueron suprimidas las facultades de Teología de los seminarios y el 15 de agosto de 1852 se ordenó a los clérigos el uso del hábito talar y el alzacuellos.

En el año 1851 Gran Canaria sufrió la terrible epidemia del cólera morbo que ocasionó una gran mortandad y puso a prueba el espíritu solidario de sus habitantes y el de otras islas. En la atención espiritual de los enfermos y moribundos tuvieron una destacada y heroica actuación el obispo Codina y el párroco de Santo Domingo Antonio Vicente González. Este último murió como consecuencia de la epidemia y para los dos se ha iniciado el proceso de beatificación por su heroica actuación.

La labor del obispo Codina no se redujo a su actividad espiritual sino que, aprovechando las nuevas disposiciones del concordato, se entrevistó con Isabel II y pidió una serie de beneficios para la provincia y para su diócesis. Entre las peticiones que realizó podemos destacar las que realizó para conseguir para las islas las franquicias portuarias que permitieran sanar las tragedias sufridas. Dichas peticiones fueron coronadas por el éxito y que tantos beneficios van a tener en el comercio insular.

Codina logró que se nombraran a canónigos competentes y espirituales para cubrir la gran cantidad de vacantes de su cabildo catedralicio que van a colaborar con el prelado en la renovación espiritual de la diócesis.

SITUACIÓN DEL EPISCOPADO ESPAÑOL DURANTE LA ÉPOCA ISABELINA

Martín Tejero, estudioso de la documentación vaticana,  divide a los obispos de esta época en dos grupos: el procedente de la época de la desamortización y los que vivieron la guerra de África. A raíz de la legislación desamortizadora y la posterior exclaustración y en general de la política religiosa de los gobiernos liberales, en la Iglesia española nació un nuevo “romanismo” que se caracteriza por una clara ortodoxia doctrinal y una visión conservadora que le llevó a valorar al Papa como foco de atención por devoción y gratitud.

La legislación desamortizadora dejó una herida muy profunda en la Iglesia de España y favoreció una actitud de repliegue y cerrazón ante cualquier novedad. El concordato de 1851 permitió a la Iglesia reorganizar sus cuadros y actualizar actividades suspendidas durante muchos años.

Por su parte, la guerra de África produjo una entusiasta unidad nacional y una simbiosis entre la Iglesia y el régimen político e insistieron en el cumplimiento fiel del concordato de 1851 y se caracterizaron por un integrismo dogmático.

Durante esta época tuvo un papel destacado el arzobispo Claret que, como confesor de la reina, ejerció gran influjo en la selección de los candidatos al episcopado, lográndose que el cuadro de los obispos apoyaran al Pontífice en su lucha contra el liberalismo y en defensa de su poder temporal. La publicación del “Syllabus” (documento pontificio contra todos los errores modernos) en España y la participación de los obispos en el concilio Vaticano I mostraron el alto grado de fidelidad de la jerarquía española a la cátedra de Pedro.

EL NUEVO “FUEGO” DE LOS JESUITAS EN EL SEMINARIO

El Padre Claret animó al obispo Codina a traer un “fuego nuevo” para el Seminario Conciliar de Las Palmas y le propuso a los jesuitas como formadores. La invitación del obispo Codina fue aceptada por los jesuitas, que estuvieron como formadores 16 años, hasta su expulsión en 1868 por la Junta Revolucionaria.

El trabajo de los jesuitas fue muy destacado, y levantaron al Seminario de su postración, mejorando su formación intelectual y sus inquietudes espirituales. Eso se notó en una serie de sacerdotes formados por ellos, que destacaron por sus cualidades intelectuales y su vida cristiana, entre los que podemos nombrar los siguientes: Teófilo Martínez de Escobar y Luján, doctor en filosofía y que llegó a ser catedrático de la universidad de La Habana, terminando su vida como responsable de la parroquia de la antigua Puerto Cabras en Fuerteventura.

Vicente Delgado Vera, nacido en la isla majorera y doctorado en teología que fue canónigo de la Catedral y que tuvo el acierto de traer a los padres Paúles con los cuales convivió en los últimos años de su vida, con la finalidad de atender a las Hijas de la Caridad y que la diócesis dispusiera de un grupo activo de misioneros para atender las necesidades evangelizadoras de las parroquias.

Otros sacerdotes destacados fueron los doctores Pedro Díaz Suárez,  el tinerfeño Leoncio Jordán González y el licenciado Juan Morales Inza, profesor durante muchos años del Seminario Conciliar.

Varios alumnos ingresaron en la Compañía de Jesús como Vicente Lezcano Acosta o Manuel Pérez Jorge, que destacaron por su fina espiritualidad o Bartolomé Cabrera Betancor, nacido en Tinajo y de gran altura intelectual. (3)

(3)  Pedro Marcelino QUINTANA MIRANDA, Historia del Seminario Conciliar de Canarias. Páginas 185-191. Las Palmas de G.C. 2006

LA REVOLUCIÓN BURGUESA (1868-1874)

En septiembre de 1868 se produjo un levantamiento revolucionario, llamado la “Gloriosa”, que provocó el destronamiento de Isabel II. Las primeras semanas revolucionarias se caracterizaron por la actitud incontrolada de las juntas revolucionarias en las poblaciones importantes a favor de todo tipo de libertades, pero que, en algunos lugares. estuvieron impregnadas de fanatismo.

El Gobierno revolucionario provisional adoptó algunas medidas que afectaron a la Iglesia, como la supresión de la Compañía de Jesús, que afectó gravemente a la formación del clero canario, o la extinción de los monasterios, colegios y congregaciones fundadas después de la desamortización y la religión desapareció como obligatoria en los centros de enseñanza.

El nombramiento del obispo Urquinaona para la diócesis de Canarias coincidió con la etapa revolucionaria y, al llegar a la diócesis, puso fin a los escándalos provocados por la pésima conducta del vicario capitular, que había administrado la sede vacante y tenido una actitud condescendiente con las juntas revolucionarias, cediendo parte del Seminario para centro de enseñanza civil.

En esta época comenzaron a desarrollarse en España las Asociaciones de Católicos, aprovechando las nuevas leyes que favorecieron el derecho de reunión pacífica. Su primer éxito fue la campaña a favor de la unidad católica con el apoyo de los párrocos, que organizaron centros de propaganda, mentalización y recogida de firmas que chocó en algunos lugares por las dificultades y amenazas por parte de autoridades locales y los ataques de la prensa anticlerical. Otra de las iniciativas fue la difusión de libros y folletos en defensa del catolicismo y en contra de los errores doctrinales o políticos del momento; aunque la obra de mayor calado fue la creación de Estudios Católicos buscando la perfección y la pureza de la doctrina cristiana.

Uno de los conflictos que se plantearon entre la Iglesia y el Estado fue motivado por el juramento de la Constitución de 1869 ya que la Iglesia se negó, porque su artículo 21 contradecía los tradicionales principios de la unidad católica española y los privilegios reconocidos a la Iglesia en el Concordato de 1851. Aunque el Gobierno presionó con retirar la ayuda económica, la Iglesia en España permaneció firme, a pesar de las dificultades económicas que pasaron muchos sacerdotes.

Este periodo concluyó con la corta Primera República (1873-74), cuyo proyecto principal era la separación de la Iglesia y del Estado, pero todo quedó pendiente por la prematura caída de este régimen político.

LA RESTAURACIÓN MONÁRQUICA

La restauración de la monarquía borbónica en la persona de Alfonso XII fue recibida por el pueblo católico, a excepción de los carlistas, con júbilo y esperanza y, a pesar de los conflictos puntuales, las relaciones entre la Iglesia y la Corona fueron pacíficas permitiendo un crecimiento importante del clero, principalmente el clero regular como no lo había tenido durante gran parte del convulso siglo XIX. No obstante llama la atención las simpatías procarlistas de muchos obispos y de parte del clero español.

La pujanza de las órdenes religiosas vino acompañada de una mejora de la formación de los seminarios y de la potenciación de la prensa confesional, alentada por el ejemplo de un Papa intelectual como lo fue León XIII, que animó a muchos miembros del clero secular a conseguir distintas licenciaturas que tuvieron influencia en la vida parroquial. El clero regular también participó en el movimiento de renovación cultural, donde destacaron jesuitas, dominicos y agustinos que hicieron posible la Universidad de Comillas (1904) o la revitalización del tomismo.

También el catolicismo español tenía ciertas lacras que dificultaban la correcta acción evangelizadora entre las que podemos citar:

  • La falta de principios éticos de algunos sacerdotes en zonas rurales o del proletariado urbano.
  • El elitismo de grupos eclesiásticos dedicados principalmente a la reconquista espiritual de los núcleos dirigentes.
  • La poca atención a los grupos proletarios en los nuevos barrios de las ciudades.
  • La cerrazón a toda corriente ecumenista.

Durante este periodo finisecular, en Canarias, rigieron la diócesis dos obispos de distinto signo: uno José Pozuelo Herrero (1879-1890) de tendencia integrista, poco proclive a ver algo bueno en las corrientes liberales, creándose tensiones entre distintos sectores católicos; y el otro, José Cueto y Díaz de la Maza (1891-1908) de talante más conciliador, que sanó  heridas e impulsó muchos proyectos.

EL CAMBIO DE SIGLO Y EL PADRE CUETO (1891-1908)

Cuando el Padre Cueto llegó a Canarias se estaba superando la crisis económica debido a la caída del comercio de la cochinilla ya que la construcción del Puerto de la Luz estaba absorbiendo parte de la mano de obra que había quedado sin trabajo, al mismo tiempo que se aclimataban nuevos cultivos como el plátano y el tomate que se iban comercializando por compañías británicas que van a dar un fuerte impulso a la actividad económica.

La situación cultural era muy deficiente con altas tasas de analfabetismo, que era una grave rémora tanto para la actividad económica como para la misma evangelización. Las tensiones políticas eran frecuentes, aunque dominaban los partidarios de los hermanos León y Castillo que habían sido los artífices de la construcción del Puerto de la Luz. En el anterior pontificado de Pozuelo se habían desarrollado frecuentes desencuentros del prelado con los grupos liberales y donde el combativo canónigo José Roca Ponsa, con su ideología carlista, había participado muy activamente y lideraba a un amplio sector del clero canario.

La labor bondadosa y acogedora del obispo Cueto fue subsanando las tensiones y curando las heridas. El prelado se esmeró en la formación de su clero, que cuajó en la creación de la Universidad Pontificia de Canarias el 1 de febrero de 1897 que mejoraba el nivel formativo de los sacerdotes y se suprimía la “carrera breve” que existía para el clero rural y que no era suficiente para las crecientes necesidades de la sociedad. La Universidad Pontificia va a permitir a muchos miembros del clero la adquisición de grados y por lo tanto una mejor formación del mismo.

Un grupo de sacerdotes va a colaborar con su obispo en la dirección de la diócesis entre los que podemos destacar a José López Martín y José María Leza y Gainza. El primero, que era Vicario Capitular a la llegada de Cueto, era considerado una de las lumbreras del clero canario con fama de elocuente orador y conocido como el “cura luchador” por sus cualidades para la práctica de la lucha canaria. El segundo acompañó al Obispo desde Manila y continuó su labor a su muerte, principalmente en la atención de las “dominicas canarias”.

La presencia de las Congregaciones religiosas fue muy escasa en la diócesis después de la desamortización, ya que prácticamente se reducía a la presencia de los claretianos, llegados al inicio de la década de los ochenta del siglo XIX y las Hijas de la Caridad que realizaban una meritoria labor.

Durante su pontificado se fueron estableciendo distintas órdenes religiosas como los Paúles, en 1894, para dedicarse de manera especial a las misiones populares, a la dirección de los Ejercicios Espirituales al clero y las Conferencias de San Vicente Paúl para la atención a los pobres. Los franciscanos se establecieron en el Puerto en 1905 para la atención a los niños y a las misiones populares. Otra orden dedicada a la enseñanza, como los Hermanos de la Salle, se establecieron en la pujante población de Arucas en 1908.

También se establecieron varias órdenes religiosas femeninas, entre las que podemos destacar las del Sagrado Corazón y las dominicas llamadas canarias, pues fueron fundadas por el mismo obispo y que tanta importancia van a tener en la diócesis para la educación del mundo femenino.

El esfuerzo continuado de tantas personas consagradas va a consolidar la vida cristiana de amplios sectores de la sociedad y dieron a muchas comunidades una madurez y profundidad de la que carecían.

LA FORMACIÓN SACERDOTAL EN ESPAÑA DURANTE  EL PRIMER TERCIO DEL SIGLO XX

Para hacernos una idea de la formación de los sacerdotes españoles durante el primer tercio del siglo XX, nos servimos de los informes sobre los Seminarios Diocesanos en la visita apostólica de 1933-34, realizados por el granadino Jesús Mérida Pérez que fue obispo de Astorga (1943-56), el madrileño Segundo Espeso y el vasco Marcelino Olaechea  Laizaga que fue obispo de Pamplona (1935-46) y arzobispo de Valencia (1946-66) y que algunos obispos no recibieron con agrado. En estos informes se hacían las siguientes afirmaciones:

Los edificios eran, en general, muy antiguos y con malas condiciones ambientales y que eran debidas a la difícil situación económica de muchas diócesis.

No siempre los superiores tenían la adecuada preparación y la figura del rector era en muchos casos simplemente decorativa.

Muchos alumnos, al ingresar, estaban desprovistos de estudios básicos y venían al Seminario para garantizar su alimentación y asegurarse su porvenir.

Algunos profesores no tenían los suficientes grados académicos y las más elementales capacidades didácticas.

Los estudios estaban divididos en tres  fases: humanidades, filosofía y teología. La etapa de humanidades constaba de cuatro cursos y que en muchos casos no se alcanzaba la adecuada formación básica. La etapa de filosofía era de tres cursos, donde se abusaba de lo memorístico y las materias científicas (física, química o historia natural) eran explicadas sólo de forma descriptiva sin la utilización de los métodos empíricos y con profesores incompetentes.

La etapa teológica de cuatro o cinco años, con frecuencia se limitaba al seguimiento de unos manuales y algunas materias como la Sagrada Escritura pasaban a un segundo lugar, con nociones muy generales. Algunas materias, como la liturgia o la teología pastoral, eran casi desconocidas y las grandes encíclicas sociales se ignoraban.

LA DIÓCESIS DE CANARIAS DURANTE EL PRIMER TERCIO DEL SIGLO XX

Durante este periodo la diócesis de Canarias fue dirigida por tres obispos: Adolfo Pérez Muñoz (1909-13), Ángel Marquina Corrales (1913-22) y Miguel Serra Sucarrats (1922-36) cada uno con su propio carisma: el primero por sus preocupaciones sociales, el segundo por sus inquietudes por la formación y el tercero por la vida espiritual.

La Universidad Pontificia de Canarias realizó su labor en la formación del clero, aunque con una vida algo lánguida por la escasez de profesorado y de alumnos. Como profesores de dicho centro destacaron: Pablo Rodríguez Bolaños, Tomás Ventura Santana, Celestino González Marrero y José Marrero Marrero que mantuvieron un cierto nivel y permitieron que un grupo significativo de alumnos pudiera alcanzar grados académicos.

La presencia de dos nuevas Congregaciones religiosas dedicadas a la enseñanza como los jesuitas, a partir de 1917, y los salesianos (1923) en el campo de la formación profesional, que tuvieron que sufrir presiones de varios sectores anticlericales de la sociedad, fue muy positiva para elevar el nivel cultural de la población canaria, con muchas carencias en este campo.

La Iglesia tiene que enfrentarse a varias corrientes de anticlericalismo, ya sean desde el ámbito burgués o del mundo proletario. La Iglesia reacciona a través de la prensa confesional para defender sus puntos de vista, como es el caso del periódico “El Defensor de Canarias” o la creación de Sindicatos o Círculos Obreros Católicos en los sectores obreros como los organizados en el Puerto por el Párroco de la Luz, Matías Artiles. En el sector agrario, la falta de competencia de sectores contrarios permite a la Iglesia actuar con más éxito. (4)

(4) SANZ DE DIEGO, Rafael María: Historia de la Iglesia en España. p. 652  B.A.C. Madrid 1979

LA SEGUNDA REPÚBLICA Y LA GUERRA CIVIL

La Segunda República llegó a España en 1931, como consecuencia de los errores de la Monarquía, que se había desprestigiado al permitir la dictadura de Primo de Rivera y encontró a una Iglesia adormilada por su posición social privilegiada y con un cuerpo eclesiástico abundante con 34.000 sacerdotes diocesanos y casi 13.000 religiosos para una población que rondaba los 23 millones de habitantes y que había descuidado parcelas en su actividad pastoral, principalmente en la formación de sus miembros o en el campo social.

Los conflictos de la Iglesia con el Gobierno de la República comenzaron pronto con la quema de conventos y prosiguió con la legislación que siguió a la aprobación de la Constitución, donde se demostraba un gran sectarismo como:

  • La disolución de la Compañía de Jesús (23-1-1932).
  • La ley del divorcio (2-2-1932).
  • La secularización de los cementerios.
  • La retirada de los signos religiosos en las escuelas.
  • La ley de Confesiones y asociaciones religiosas (2-6-1933) que limitó el ejercicio del culto católico y lo sometió en la práctica al consentimiento de las autoridades civiles.

La jerarquía católica reaccionó con varias declaraciones, ya que la República se había convertido en un régimen opresor y perseguidor de la libertad religiosa.

La revolución socialista que se desarrolló en Asturias en 1934, motivó la destrucción de 58 iglesias y el asesinato de 34 sacerdotes y llevó al descrédito del régimen republicano y de haber impulsado a las derechas a elegir entre la extinción o la resistencia violenta.

El golpe militar del 18 de julio de 1936 prendió la chispa de una guerra civil que abrazó al país en una cruel guerra fratricida y donde la persecución religiosa ha sido una de las más crueles de su historia.

Esta persecución llevó a la jerarquía a tomar parte en el conflicto, con una carta pastoral el 1 de julio de 1937 apoyando al bando franquista en su enfrentamiento con el bando que apoyaba al Gobierno republicano. En dicho documento aparecen los conceptos de cruzada y de guerra santa como razones de apoyo al bando nacional.

La Guerra Civil concluyó con un país destruido y la derrota  del bando republicano. La represión posterior fue muy cruel, con demasiadas víctimas y muchas heridas abiertas.

En Canarias por su lejanía de los combates, no sufrió tanto los horrores de la guerra, pero si se desarrolló una represión contra los elementos proclives a la República que se podían haber evitado en gran manera, teniendo en cuenta que no se habían cometido delitos de sangre y en donde el obispo Pildain tuvo una actitud valiente en defensa de muchos represaliados y mandó a sus sacerdotes que no se emitieran informes desfavorables cuando se pedían  por parte de las nuevas autoridades y algunos de ellos, como José Déniz Rodrígez en Cardones (Arucas) defendió a sus feligreses sin importarle el color político.

EL FRANQUISMO Y LA IGLESIA ESPAÑOLA

El triunfo de Franco en la Guerra Civil (1936-39) trajo a España un nuevo régimen, el llamado Movimiento Nacional, que buscaba la restauración del espíritu nacional y se establecieron vínculos de amistad con la Iglesia española, convirtiéndose la Iglesia en el soporte moral del nuevo sistema político surgido tras la contienda.

A lo largo de estos cuarenta años, las relaciones entre la Iglesia y el Estado fueron cambiando desde una total simbiosis entre ambos poderes a un progresivo distanciamiento al final del periodo.

Para comprender mejor este periodo histórico lo vamos a dividir en tres etapas:

  1. Desde el final de la guerra hasta el Concordato (1939-1953).
  2. Entre el Concordato y el Vaticano II (1953-1965).
  3. Decenio posconciliar de la Iglesia española (1965-1975).
1) Desde el final de la Guerra Civil hasta el Concordato

Desde el final de la Guerra Civil se inicia una época de consenso entre la Iglesia y el Estado, buscando la recristianización de España y donde la Iglesia católica se convierte en la única de España con exclusión de cualquier otro culto.

La Iglesia recibe una serie de privilegios, como la dotación económica del clero y el apoyo a todo lo católico, aunque tuvo que aceptar algunas hipotecas, como la intervención del Estado en el nombramiento de los obispos, con lo que el franquismo logró que se nombraran a prelados afectos al Régimen, perdiendo la Iglesia su voz profética ante los desmanes represivos, ya sean a nivel personal como la unificación autoritaria de asociaciones o como el control de los medios de comunicación a través de la censura.

Entre la Santa Sede y el Gobierno de España se firmaron acuerdos a favor de los seminarios y de las universidades eclesiásticas y se aportaba dinero para la reconstrucción de templos, que habían sufrido los horrores de la guerra.

La Iglesia desarrolló una decidida acción pastoral de cristiandad, con abundancia de misiones populares, ejercicios espirituales y otras iniciativas y los movimientos católicos como la Acción Católica congregaba a millares de militantes y ejercía un importante peso en la vida nacional con cualificados dirigentes. Organizaciones como el Opus Dei, que había logrado su  aprobación en 1947 y aplicando una mística del trabajo, se fue introduciendo en las universidades, la prensa, la banca… Otro movimiento destacado de la época fue el de los Cursillos de Cristiandad que desarrollaron una importante labor y que movía a muchos cristianos de capas sociales más populares. Una mezcla entre lo patriótico y lo religioso iba formando en España lo que se llamaría posteriormente el “Nacional-catolicismo”.

2) Desde el Concordato al Vaticano II

El Concordato de 1953 consolidaba todos los pasos dados anteriormente, como la intervención de Franco en el nombramiento de los obispos, pero no decía nada del nombramiento de los obispos auxiliares y de los castrenses, lo cual va a tener una enorme importancia en la etapa posconciliar.

Para el Estado, la firma del Concordato va a producir una serie de beneficios políticos, como el respaldo internacional de muchos países que habían aislado a España de la esfera internacional y que junto con los acuerdos con Estados Unidos va a permitir a España jugar un papel en la llamada “guerra fría” entre las dos grandes potencias del momento como eran Estados Unidos y la U.R.S.S.

Varias publicaciones de la Iglesia, ligadas a movimientos apostólicos, van haciendo aflorar ciertas posturas como la libertad de expresión o la puesta en práctica de derechos democráticos de participación política. El Opus Dei va adquiriendo presencia en las esferas del poder político por la cualificación técnica de sus representantes y la presentación de programas más innovadores y más en consonancia con los países del entorno europeo y va a jugar un papel político significativo, el llamado tiempo de la tecnocracia

Por su parte los Obispos comenzaron a escribir sobre la situación social de España, donde se planteaba la justa distribución de los bienes y la justicia como criterio social anterior a la caridad y criticaban la relajación de las costumbres como consecuencia del bienestar social después de los años de austeridad.

Las concentraciones masivas seguían su auge, como las organizadas por el padre Lombardi, animando el movimiento llamado “Por un mundo mejor” o las concentraciones del Padre Peyton, defendiendo el rezo del rosario en familia y que se hizo presente también en nuestra diócesis.

El nombramiento de Juan XXIII y la convocatoria del Vaticano II en 1959 que fue recibido con cierta perplejidad y sorpresa en España, pero con el sentido de fidelidad a Roma, tan tradicional en el país, se dispusieron a secundar la iniciativa del Pontífice.

La presencia de la Iglesia española en el mismo no fue tan importante como había sucedido en otros concilios anteriores, recordemos su presencia en el de Trento, ya que con excepciones la Iglesia en España había permanecido aislada de los nuevos movimientos renovadores que se vivían de manera especial en la Europa Occidental y América del Norte.

Gran parte del mundo eclesial acogió con esperanza las decisiones conciliares, mientras que los sectores políticos del Régimen veían con creciente recelo el camino reformista que iba tomando. Los obispos españoles asumieron con su habitual fidelidad eclesial todas las decisiones del Vaticano II, a pesar de sus reticencias en temas como la libertad religiosa que afectaba a la realidad política nacional y afirmaban en un documento, al final de las reuniones conciliares, que los centros de atención del Vaticano II habían girado sobre “la meditación de la Iglesia sobre sí misma, su relación con los cristianos separados, y con los hombres de otras creencias y el diálogo con el mundo de nuestros días”.

EL OBISPO PILDAIN Y LA FORMACIÓN DEL CLERO

El Pontificado de don Antonio Pildain ha sido el más largo de todos los obispos de Canarias (1937-1966) y la preocupación por la formación de sus sacerdotes ha sido una de sus prioridades, según recoge uno de los estudiosos de este pontificado que afirmaba: “le preocupaba mucho el buen nombre y la conducta de sus sacerdotes por su repercusión en la vida cristiana de sus diocesanos”. (5)

El número de los sacerdotes diocesanos era insuficiente para atender todas las demandas pastorales, a pesar que en su pontificado se ordenaron 145 sacerdotes, que es un número superior a otras etapas históricas, que estaba en consonancia con el gran crecimiento vocacional que se dio en toda la geografía española. Las vocaciones habían aumentado de manera significativa, tanto que en  las décadas de los 40 y 50 del siglo XX,  permitían a los formadores del Seminario seleccionar al personal.

Los formadores y profesores de los seminarios españoles habían mejorado en las ramas básicas de filosofía y teología y menos en los cursos humanísticos. La mejora del profesorado era evidente con respecto al periodo anterior y se respetaban los criterios impuestos por la Santa Sede y en un boletín de la Comisión Episcopal de Seminarios (1957) se afirmaba lo siguiente: “una primavera de vocaciones ha florecido en este jardín de la Iglesia, fecundada por la sangre de tantos mártires”.

La vida del Seminario de Canarias fue una de las preocupaciones esenciales del prelado y consideraba al Seminario el “corazón de la diócesis” y pronto empezó a plantearse la creación de un nuevo edificio para el Seminario que asumiera el aumento de las vocaciones y que tuviera mejores instalaciones que el vetusto edificio de Vegueta. Durante su pontificado destacaron dos grandes rectores: la primera etapa de 18 años fue llevada por Juan Alonso Vega, brillante sacerdote que luego se incorporó al “Movimiento por un mundo mejor” y la segunda etapa por Manuel Alemán Álamo, que le tocó abrir caminos según las nuevas directrices determinadas por el Concilio Vaticano II.

El nuevo Seminario, construido en Tafira Baja, disponía de excelentes instalaciones que podía acoger el crecimiento vocacional de la época y aunque el Obispo prestaba atención a las necesidades del centro, los temores del prelado a ciertas corrientes teológicas y en general a la modernidad, condicionaron la formación del mismo al no preparar a los futuros profesores y por lo tanto hipotecaron a la diócesis para asumir los cambios del Vaticano II.

Además de los dos rectores citados, podemos señalar a otros sacerdotes que realizaron una meritoria labor en este pontificado., pero siempre mediatizados por la personalidad arrolladora del Obispo como fueron José Rodríguez Rodríguez en su labor como promotor de Cáritas Diocesana, al conseguir unas nuevas instalaciones y resolver numerosas necesidades sociales o Juan Marrero Díaz como Vicario General y que él se llamaba “vicarito” por su escasa capacidad de maniobra.

En general podemos afirmar que el clero de esta época era obediente, austero, de recia espiritualidad y, a imitación de su obispo, tenía unas actitudes morales rigoristas, obsesionado por la moral sexual y alejado de las corrientes teológicas que se iban abriendo camino en Europa y que van a ser posible al Vaticano II con la defensa de la libertad religiosa que ponía en entredicho el profundo maridaje entre el poder político español y la Iglesia, en el llamado nacional-catolicismo.

(5) DÍAZ SANTANA, Segundo

EL CLERO CANARIO DURANTE EL PONTIFICADO DE INFANTES FLORIDO

En 1968 se realizó una encuesta al conjunto del clero español, que dejó sorprendidos a muchos observadores por los cambios que manifestaban en su manera de pensar muchos sacerdotes sobre temas religiosos o políticos.

Se manifestaba una cierta crisis doctrinal, pues un grupo significativo de sacerdotes se encontraba poco preparado para resolver problemas familiares, económicos, sociales o políticos; y, en lo referente a la organización de la Iglesia, se criticaban actitudes clericales, autoritarias o demasiado burocráticas.

Se descubría una crisis en la espiritualidad tradicional, que no satisfacía a los sectores más jóvenes del clero. Las conclusiones de esta encuesta motivaron la celebración de la llamada Asamblea Conjunta Obispos-Sacerdotes (1970-72), donde la jerarquía española y los representantes de las distintas diócesis pudieron dialogar sobre estas realidades.

En el clero canario se manifestaron las distintas concepciones ideológicas y religiosas del momento. Por una parte, el clero joven se manifestaba más en sintonía con las nuevas ideas emergentes surgidas a partir del Concilio Vaticano II, mientras que el clero mayor, marcado por la etapa de Pildain, mantenía una visión preconciliar. Se plantearon con pasión todos los problemas candentes y se crearon las primeras tensiones y divisiones.

Aunque los representantes canarios fueron elegidos por la generación de Pildain, las conclusiones finales de la Asamblea a nivel nacional reflejaron fundamentalmente, la recepción por parte de la Iglesia de España del espíritu conciliar y las nuevas tendencias que iban surgiendo en la sociedad española y se apostó por la separación y la independencia entre la Iglesia y el Estado. La pasión con que se vivió todo el proceso, creó una división en el clero diocesano entre el sector conservador y el aperturista que tardó años en cicatrizarse.

La actitud del obispo José Antonio Infantes Florido era claramente aperturista, en consonancia con las líneas de la Conferencia Episcopal Española, que puso como uno de sus principales objetivos la asimilación del Vaticano II y algunos sectores conservadores del clero se sintieron confundidos y no entendieron muchos de los cambios tanto dentro de la Iglesia como de la sociedad española.

En su esfuerzo por la puesta al día de la diócesis y para una correcta evangelización de la misma, el obispo se embarca con sus colaboradores, entre los que podemos destacar al Vicario Vicente Rivero  Díaz, en un estudio socio-pastoral (1972-75) que busca partir de la realidad, dejándose juzgar por la misma a la luz del evangelio, buscando un cambio de la acción pastoral a través de la conversión personal. Este estudio movilizó a muchos sectores del pueblo cristiano y ayudó a mejorar el conocimiento de la realidad, aunque se crearon algunos conflictos con las autoridades civiles, que no llegaban a comprender las actitudes aperturistas de la Iglesia.

Las conclusiones de la Asamblea Diocesana buscaba una Iglesia en línea evangelizadora, al servicio de la liberación integral del hombre y quería una Iglesia local configurada en comunidades de fe, liturgia y caridad.

Las crisis de este pontificado motivaron el traslado del Seminario Diocesano a Granada, donde permaneció entre 1969 a 1973, volviendo a la diócesis en dicho año al crearse el Centro de Estudios Superiores de Teología, que va a permitir a muchos sacerdotes su actualización teológica y su puesta al día, ante los interrogantes que se plateaban tanto en la Iglesia como en la sociedad española. Poco a poco el clero canario va asumiendo las directrices emanadas del Vaticano II y las tensiones de años anteriores van perdiendo virulencia y la concordia se va restableciendo, aunque el aumento de las secularizaciones de los sacerdotes crea incertidumbre y perplejidad en los distintos sectores eclesiales y se visualiza la confrontación entre el cambio de costumbres de la sociedad española y las normas eclesiales.

PONTIFICADO DE RAMÓN ECHARREN (1978-2006)

El largo pontificado de Ramón Echarren va a corresponder  en un primer momento con la llamada “Transición Española”, que fue ejemplar en muchos aspectos, pasando sin violencia entre la etapa autoritaria del franquismo al periodo democrático español, muy marcado por el desarrollo de las autonomías de las distintas regiones del Estado.

La llegada del obispo a la diócesis coincidió con los acuerdos Iglesia-Estado (3-1-79), revisándose y actualizándose los acuerdos emanados del concordato de 1953, permitiendo una mayor autonomía y una sana colaboración por ambas partes.

El nuevo orden constitucional fue recibido con una gran efervescencia política y donde algunos sacerdotes se presentaron en las elecciones municipales. La realidad social de Canarias no era satisfactoria, pues habían graves deficiencias como: un paro elevado, bolsas de pobreza, chabolismo, problemas educativos…, que la comunidad cristiana consideraban preocupantes.

El prelado animó a la comunidad diocesana a programar la actividad pastoral con los siguientes objetivos:

  1. Formar comunidades cristianas.
  2. Promover la dimensión evangelizadora de la Iglesia.
  3. Potenciar la dimensión diaconal de la Iglesia.
  4. Animar la oración y la contemplación de cada comunidad cristiana.

Otra novedad de la organización diocesana fue la aparición de los vicarios territoriales, que son una unidad intermedia entre los arciprestes y el obispo y que facilita la corresponsabilidad pastoral. Otra de las iniciativas del prelado fue la invitación al compromiso de los seglares en la vida pastoral de la diócesis.

Durante diez años (1978-88), la diócesis funcionó de una manera muy programada, facilitando el trabajo colectivo, al tener sus objetivos y las acciones concretas bien definidas. El clero se fue acostumbrando a esta manera de trabajar y se sentía verdaderamente corresponsable de la actividad pastoral diocesana y había mucha ilusión en muchos aspectos pastorales, aunque ya se iban planteando interrogantes por la nueva sociedad que iba surgiendo: como la disminución de la práctica religiosa o cambios en la vida familiar, e incluso la secularización de sacerdotes.

La segunda etapa del pontificado del obispo Echarren (1989-1998) estuvo marcada por la preparación, desarrollo y puesta en práctica del IX Sínodo diocesano, que consolidará los pasos dados en la recepción del Concilio Vaticano II y preparará el futuro trabajo  pastoral

Junto con el crecimiento económico va surgiendo un materialismo sin trascendencia y se hacía presente un pensamiento crítico, no solamente en referencia a la Iglesia, sino a toda vida religiosa.

El Sínodo diocesano se propuso como objetivo primero “analizar la situación de nuestro pueblo para percibir en ella, a la luz de la Palabra, las llamadas que Dios hace” (Artículo 5). De esta realidad, hay dos ámbitos que se desarrollaron con especial preocupación, que es la opción por la evangelización de los jóvenes y la atención pastoral a la familia. La referencia a los pobres está muy presente y la denuncia de su situación, orienta a distintas constituciones.

La participación de todos los sinodales fue muy positiva y se pudo plantear con total libertad todos los problemas candentes y se tomó conciencia de que la recepción del Concilio era bastante general en la diócesis, a excepción de grupos muy minoritarios. Los avances conseguidos en la diócesis durante este pontificado quedaron consolidados en las constituciones sinodales. Quizás las carencias, observadas con el paso del tiempo, fue no tener en cuenta adecuadamente la trayectoria de la sociedad española en los siguientes años, con un importante y acelerado crecimiento de la secularización y las respuestas adecuadas a esos retos.

El quinquenio 1993-98, fue una etapa de puesta en práctica de las constituciones sinodales, pero al mismo tiempo se va percibiendo una falta de vitalidad o agotamiento del modelo pastoral de los años anteriores en campos como la juventud y un deterioro progresivo del modelo de familia cristiana (divorcio, parejas de hecho, brusco descenso de la natalidad…)

El desarrollo de Cáritas manifiesta un buen nivel, aunque se percibe igualmente, un envejecimiento de los grupos parroquiales y la necesidad de aumentar los profesionales para atender la multitud de proyectos organizados.

La falta de respuesta a muchos proyectos pastorales y el propio envejecimiento del clero por la falta de vocaciones van creando desánimo en ciertos sectores del clero y de la Iglesia en general.

El crecimiento económico favorece el aumento de la inmigración y la aparición de nuevos fenómenos interculturales e interreligiosos que plantean nuevos retos pastorales en el diálogo interreligioso y la atención caritativa.

REFLEXIONES FINALES Y ESTADÍSTICAS

En los inicios del siglo XX, durante el pontificado de Manuel Verdugo, el clero diocesano estaba formado aproximadamente por 150 personas, pero había un grupo que no atendía directamente a los fieles, sino que se limitaba a atender una capellanía que le servía para su sustento personal. A este número había que añadir a un centenar de religiosos repartidos por los conventos de la diócesis y que pertenecían a las tres órdenes religiosas que habían predominado en Canarias durante los siglos anteriores y que correspondían a los franciscanos, dominicos y agustinos, y que atendían espiritualmente a zonas rurales o a los alrededores de dichos conventos.

Con la llegada del pontificado de José Judas Romo, encontramos unas estadísticas más precisas. Encontramos al principio de su mandato a 140 sacerdotes diocesanos que da como resultado una ratio de 1428 habitantes por sacerdote (1).

Durante el pontificado de este prelado, sufrió la iglesia la desamortización de 1836 y la posterior exclaustración de los religiosos. Muchos se incorporaron al clero diocesano y otros se fueron a misiones en América.

La incorporación de muchos religiosos al clero diocesano no fue tarea fácil, unas veces por la falta de recursos de los obispos o por las diferencias entre la vida comunitaria conventual y la vida del clero diocesano. La incorporación de muchos religiosos hizo que subiera el número del clero diocesano y la ratio se situó en 1602 fieles por sacerdote en el año 1843.

Cuando el obispo Codina llegó a la diócesis, la situación del clero era complicada por los conflictos políticos de la época, la situación económica del clero y una seria crisis religiosa, de tal manera, que en el año de 1852 había 110 sacerdotes, que daba una ratio de 1212 fieles por cada uno de ellos.

La labor misional del Padre Claret y el prestigio del equipo formador del Seminario Conciliar, que fue asumido por la Compañía de Jesús y que dio como resultado un progreso en la formación del clero y un lento crecimiento de los sacerdotes diocesanos. Al final del pontificado de Joaquín Lluch había en la diócesis, contando a los jesuitas formadores, 122 sacerdotes, que daba una ratio de 1930 fieles por cada uno de ellos. Los procesos revolucionarios de 1868, trajo como consecuencia una nueva expulsión de los jesuitas y una  dificultad añadida en el proceso formador de los sacerdotes.

Al inicio del pontificado de José Cueto la situación era difícil pues el clero sólo alcanzaba a 102 personas con una ratio de 3.143 habitantes por cada sacerdote y la falta de formación en muchos casos. La actividad de este obispo fue meritoria, pues logró la creación de una Universidad Pontificia en Las Palmas de Gran Canaria, que mejoró notablemente la formación del clero, acabó con la llamada “carrera breve”, a los que se acogían algunos por falta de recursos económicos o con limitaciones intelectuales y no podían acceder a las parroquias importantes. Trajo también a la diócesis en 1894 a los paúles que colaboraron con el prelado en la formación espiritual de los sacerdotes, al mismo tiempo que dirigían espiritualmente a las Hermanas de la Caridad y junto con los claretianos recientemente establecidos, intensificaron la labor misionera entre la población de la diócesis tan necesitada de formación, tanto humana como espiritual. A la llegada de su sucesor, Adolfo Pérez Muñoz, se encontró con un clero con más titulaciones universitarias y que había llegado a alcanzar el número total de 130 sacerdotes, danto una ratio de 1181 fieles por cada ministro eclesial.

Sus sucesores Marquina y Serra Sucarrats lograron un crecimiento lento del número de sacerdotes, siempre inferior al crecimiento poblacional. Por ejemplo, el obispo Marquina mantuvo una media de 125 sacerdotes con una ratio de 1650 personas, mientras que en el pontificado de Miguel Serra Sucarrats la ratio fue de 1755 habitantes. Este último sufrió la eliminación de la Universidad Pontifica por las exigencias planteadas por los organismos del Vaticano. Algunas órdenes religiosas se fueron incorporando a la vida diocesana, principalmente en el campo de la enseñanza como los jesuitas a partir de 1917 durante el pontificado de Marquina y la de los salesianos en 1923, en el pontificado de Miguel Serra Sucarrats.

El largo periodo del pontificado del obispo Pildain (1936-1966) fue de un crecimiento importante por las circunstancias sociales y religiosas de la época y la preocupación constante del prelado por las vocaciones sacerdotales y la formación del clero en general. En 1952, el número de sacerdotes diocesanos alcanzó la cifra de 218, que dio una ratio de 1743 personas por cada uno. Este aumento vocacional obligó a la construcción de un nuevo Seminario que diera respuesta a las nuevas necesidades.

A su llegada a la diócesis el prelado Infantes Florido se encontró con un gran número de clero joven, dispuesto a embarcarse en una actividad pastoral en sintonía con las nuevas directrices emanadas del Concilio Vaticano II. La rapidez de los cambios sociales y eclesiológicos trajo consigo la aparición de un nuevo fenómeno, poco frecuente en épocas anteriores, como fue la secularización de un número significativo de personas que abandonaron el ministerio sacerdotal. Tal hecho creó incertidumbres y desajustes en la actividad pastoral de la iglesia diocesana, como sucedió en otros muchos lugares.

Durante el pontificado de Ramón Echarren (1978-2005) el número de sacerdotes permanece relativamente estable pero, debido al enorme crecimiento de la población canaria, la relación entre el número de sacerdotes y la población se desborda y la ratio es superior en más de 4000 personas por cada ministro eclesiástico. El número de religiosos disminuye progresivamente y los centros educativos de la Iglesia se ven obligados a contratar a una gran cantidad de personal seglar, incluso en los cargos directivos.

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